Nadie ayuda a Messi a ser feliz en la nueva selección

Pasaron dos capítulos en esta Copa América y el genio otra vez padece en soledad

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Con las palabras ubicadas y con las dulces intenciones, no alcanza. Después, todo debe continuarse en la cancha. Argentina no lo entiende. No hay caso. Pasa el tiempo y no aprende. Es la historia de siempre. Es una nueva Selección, pero nadie ayuda a Lionel Messi a ser feliz con la pelota en danza. Pasaron dos capítulos en esta Copa América y el genio otra vez padece en soledad.

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Se trata de un aislamiento futbolero. Una especie de abandono. Nadie nutre a semejante talento. Nadie tampoco de él se contagia. Hay una Selección renovada en intérpretes, pero desorientada y sin rebeldía. Sin capacidad de reacción.

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Es un equipo el argentino pensado para jugar con la pelota, sin un mediocampista central clásico con la contención como rol esencial. Al cabo, no surgió todavía ningún sucesor de Javier Mascherano.

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El problema se agrava porque con la redonda en los pies no hay quien acierte con un pase filoso, entre líneas. Demasiado tibio Leandro Paredes. Mucho menos se encuentra a una individualidad que no sea Messi capaz de encarar y perforar con una gambeta. ¡Qué lejos se lo observa a este Giovani Lo Celso de su versión diferente regalada en el Betis! Tampoco se descubren asociaciones, triangulaciones, desbordes.

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En ese contexto, la Selección Argentina no lastima arriba y, al perderla, sin equilibrio en el medio, sin corte y con retroceso desordenado, los rivales con apenas un par de contraataques la hieren y la empujan a su peor estado, el de la inseguridad. El de la desconfianza.

Ahí empieza el festival de los fantasmas. Tanto ellos se ríen de esta Selección Argentina que no aparece nadie de celeste y blanco para reaccionar con personalidad en una acción de contacto, en una pelota dividida, tampoco en ninguna situación defensiva.

Pasó con Colombia que Roger Martínez encaró sin oposición, pateó y marcó el primero; y ocurrió también que ante un centro los dos marcadores centrales miraron cómo Duvan Zapata gritó el segundo. Y ahora, con una débil Paraguay, que recién empieza a modelar Eduardo Berizzo, en la jugada del gol guaraní, voló Miguel Almirón unos sesenta metros junto a la raya sin que ningún argentino lo cortara con infracción. Tampoco hubo alguien que pensara en cubrir el centro atrás: todos miraban a la pelota y no a quiénes llegaban de frente para definir. Es Nicolás Otamendi, la máxima referencia defensiva, un símbolo de inseguridad, tanto que apenas su equipo le empató a Paraguay fue él quien puso en riesgo esa tranquilidad perdiendo la espalda y cometiendo el penal que luego atajó Franco Armani.

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Al cabo, Argentina juega a tener la pelota, pero muere en la posesión tibia porque no patea al arco ni crea situaciones de gol. Después, no sabe cómo defenderse. Nadie acompaña al líder futbolístico, a Messi. Y no hay un líder espiritual.

Encima, el entrenador sin experiencia, Lionel Scaloni, hasta el momento no logra darle una mano ni a Messi ni al equipo y regala cada vez más crédito con los cambios. Se perdió en el laberinto del 9. Con Colombia, ya abajo en el resultado, sacó a Sergio Agüero, a quien además mandó al banco en el arranque del segundo partido. Y en este cruce con Paraguay, en el arranque del segundo tiempo y de nuevo en desventaja, al centrodelantero titular, Lautaro Martínez, le agregó a Agüero. Con ese doble 9, Argentina tuvo más peso y lo empató con el penal vía VAR que pateó Messi como lo que es, como un crack. Pero a su acierto Scaloni lo desperdició al ratito, sacando a un goleador, Lautaro, y poniendo a un extremo, Di María… La Selección no volvió a patear al arco.

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Había elaborado con su discurso previo una lectura lógica Scaloni sobre cómo rodear a Messi en esta nueva Selección, para que él sienta que lo pueden acompañar y para que sus compañeros adviertan que él también los necesita. Por ahora todo quedó en las palabras. Y es problema de todos: del técnico y de los jugadores. No hay socios. No hay idea. No hay equipo. No hay carácter. No hay rebeldía. No hay atrevimiento.

Si Messi puede dibujar alguna mínima sonrisa rescatada desde la cancha sólo es por este único punto atrapado ante Paraguay. A ese instante de felicidad lo dibujaron un VAR justo (pero que nadie había reclamado), Armani atajando el penal y Berizzo sacando al paraguayo más desequilibrante (Miguel Almirón). Ahora, en el cierre de su grupo, Argentina debe ganarle a la veloz Qatar para ver si puede clasificarse. “Sería una locura quedarnos afuera cuando también pasan dos terceros”, dijo Leo. Y sí, tiene razón. Pero es posible. Si nadie lo ayuda…

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