Ivan Rakitic (31 años) está viviendo una temporada muy agitada en lo profesional y en lo emocional. De saberse una de las debilidades de su entrenador, Ernesto Valverde, en sus dos primeras temporadas en el banquillo, a partir del mes de agosto el croata empezó a saberse transferible y, además, perdió su condición de titular fijo para pasar a ser suplente habitual y jugador con el cartel de transferible colgado del cuello, con el mercado de invierno como horizonte claro de salida para él y para el club. Pero en cuestión de dos semanas su situación ha dado otro vuelco y, tras la amargura y la tristeza vividas, ha vuelto la alegría.
Rakitic lleva tres partidos de titular, saldados con tres grandes victorias ante Borussia Dortmund, Atlético de Madrid y Mallorca, y en el club han cambiado su mirada hacia él. La nueva situación es que ahora ya no está en venta cuando hasta hace poco se hacían cábalas sobre cuánto se podría sacar con él en el mes de enero. Hace falta dinero, es obvio, pero la prioridad es enderezar de una vez el rumbo del equipo y la entrada de Rakitic le ha dado consistencia, aplomo, agresividad y saber estar. De ahí el cambio de mentalidad con el croata. Ya no se piensa en traspasarle sino en que aporte la profesionalidad a prueba de bomba que ha mostrado siempre, y más últimamente, y su oficio en una medular en que el tercer hombre tras Busquets y De Jong no se ha consolidado. Arthur, por ejemplo, empezó bien pero se ha diluido, lastrado por la irregularidad, los problemas físicos (los últimos, de pubis) y los rumores sobre una vida social intensa. En ese contexto ha emergido la figura de un Rakitic que ni se esperaba su ostracismo inicial ni su rehabilitación en las últimas dos semanas.